Gabo ya camina junto a Melquíades, rumbo a un Macondo más
lejano, aquel donde habitan los sueños. Huérfanos quedamos el resto, aquellos
que a través de sus palabras descubrimos el gusto por la literatura.
Aún recuerdo como entró en mi vida, de forma inesperada y apenas perceptible. Tenía 16 años cuando comenzaron las clases y
un profesor nuevo de literatura entró por la puerta. Su apariencia era como la
de cualquier otro, quizás llamara la atención su juventud, no común entre la
plantilla docente de aquellos años. Estaba muy serio y tan sólo portaba en sus
manos un libro con una bonita cubierta. Nos miró y, sin mediar palabra, se
sentó en una mesa, abrió su libro y comenzó a leer. Eso mismo hizo durante un
par de semanas más o menos, horas en las que ensimismados viajamos a través del
tiempo y el espacio a una América colonial donde asistíamos al amor prohibido
de Sierva María de todos los Ángeles y Cayetano Delaura. Jamás olvidaré
aquellos días, a aquel profesor y a aquel libro. Fue en aquellos instantes
cuando descubrí la magia y el poder de las palabras, capaces de hacer
desaparecer tu mundo y sumergirte en otro nuevo. Ese libro era Del amor y otros
demonios, el primero de muchos otros de Gabriel García Márquez que pasaron por mis manos y que con gusto
y placer recibía.
Ya sé que está no suele ser la temática habitual del blog, pero no podía dejar de hacer
mi pequeño homenaje a un escritor que tanto influyó en mi vida. Horas robadas
de sueño para compartir aventuras y desventuras de unos personajes
perfectamente perfilados, tanto que quedaban grabados en tu memoria como si
fueran reales. Cien años de soledad me acercó al mundo del surrealismo mágico y
disfruté con cada una de sus páginas, lo devoré en tres días, primera vez en mi
vida en la que leer era una necesidad vital. Sus escenarios lejanos, descritos
de forma magistral, diluían las paredes de mi cuarto y se convertían en una
casa de indianos, con lluvia tropical y un calor sofocante. Pero no sólo eso,
sus experiencias eran tan cercanas que te convertías en uno más de la trama,
testigo directo del descubrimiento del hielo junto a Melquíades, los olvidos de
Aureliano Buendía con la peste del insomnio o la presencia de la soledad rondando cada uno de los personajes.
Gabo era un maestro, un artista de la palabra con un don
especial que causaba impresiones dispares: o te enamoraba o te horrorizaba,
pero jamás te dejaba indiferente. Hace unas semanas su salud se deterioró, con
87 años a sus espaldas y una vida llena de experiencias y éxitos tanto en su
vida personal como en su papel de escritor y periodista. Ya entonces algo se
resintió en nosotros ante el miedo de perderlo, el pánico por asistir a la pérdida
de un genio. Era la crónica de una muerte anunciada, al igual que el título de
una de sus obras, ya que días después Gabo se fue dejándonos únicamente el
dolor de su despedida. Es curioso como la muerte de una persona a la que ni
siquiera conoces puede sentirse tan cercana, pero es que al final es con ese
extraordinario narrador de historias con quien pasas muchos momentos, retazos de
tu vida en el que descubres otros mundos, otras personas, otras historias...
Como dicen sus fans para el consuelo general, nos queda su
talento y nace un mito literario, pero hemos perdido la persona y ni cien años bastarán para llenar su
ausencia.
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